¿Estamos criando genios o generadores de prompts? La nueva escuela que educa con IA… y sin profes
¿75.000 pavos al año para que tu hijo estudie dos horitas al día con un bot y luego aprenda a montar en bici y hacer la compra? Bienvenido a la Alpha School.
No, no es una coña. Es el modelo educativo que está arrasando entre las élites tecnológicas de Estados Unidos. Se llama “AI-First Schooling”, y no es el futuro. Es el presente. Y está extendiéndose más rápido que un chisme en un grupo de WhatsApp del colegio.
Dos horas de mates, cuatro de “vida real”
En Alpha, los chavales estudian con modelos de lenguaje como ChatGPT, sin profesores (hay “guías”, eso sí, que suena más a retiro espiritual que a clase de lengua). El resto del día lo dedican a aprender cosas prácticas: cómo gestionar un presupuesto, hablar en público, cocinar huevos o montar un food truck.
Y ojo, que el modelo ya tiene clones: Unbound, SchoolAI, LittleLit… Todos creciendo como setas con una promesa de oro: educación personalizada, alumnos motivados, notas en subida y padres con dashboards llenos de colorines.
Pero aquí empieza el temita.
¿Estamos enseñando a pensar… o a hacer prompts?
Los defensores lo llaman un “GPS del aprendizaje”. Los críticos, una forma elegante de pantallismo crónico.
Los chavales aprenden a toda leche. Sí. Pero… ¿a costa de qué? ¿De perder la capacidad de frustrarse, de debatir, de aburrirse, de equivocarse sin que un bot les diga: “¡Buen intento, sigue así!”?
Porque aprender no es solo avanzar. Es atascarse. Es discutir. Es preguntar “¿por qué?” cuando nadie tiene una respuesta clara.
Y, sobre todo, es convivir con otros humanos. No con algoritmos que te felicitan con una animación.
Adiós a la clase, hola al dashboard
Alpha no tiene aulas como las conoces. Ni profes que gritan. Ni timbres. Ni recreo. Tiene una interfaz. Una guía. Un montón de datos. Y, según sus fundadores, “motivación” como motor del aprendizaje.
Y claro, si tienes pasta, te puedes permitir esta disrupción. Como los hijos de los CEOs que ahora aprenden octavo de mates en sexto, hacen bots de peluches o montan un parque de bicis de 120 acres como proyecto final.
Pero no todos tienen ese acceso. Y no todos los cerebros aprenden al ritmo de un modelo predictivo.
¿Y los resultados? Brillantes… ¿o burbuja?
Los datos dicen que los alumnos van como un tiro. Pero los datos siempre dicen cosas bonitas en entornos de privilegio. Porque no es lo mismo medir el éxito en una escuela boutique en Austin que en un colegio público de Kansas.
Y mientras tanto, la gran pregunta es:
¿Estamos formando ciudadanos o freelancers de la IA?
¿Queremos que los niños piensen como humanos o que simplemente aprendan a domar a una máquina?
Porque si la educación se convierte en un conjunto de prompts bien hechos, vamos a tener una generación que sabrá cómo sacarle jugo a la IA… pero que igual se le atraganta una conversación real.
El reto real: formar criterio, no solo habilidades
Aquí no se trata de demonizar la innovación. Se trata de no perder el norte.
Sí, la IA puede acelerar procesos, personalizar contenidos, incluso despertar vocaciones. Pero no puede sustituir el caos, la emoción, la incertidumbre y la torpeza maravillosa de aprender como humanos: con dudas, con errores, con otros.
Si nos olvidamos de eso, lo pagaremos caro.
Porque la inteligencia artificial puede que sea brillante. Pero el alma, de momento, no se puede programar.
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