Tu IA no te ama. Y si crees que sí… vas a tener un problema.
Porque aquí no hablamos de ciencia ficción.
Ni de Skynet.
Ni de un robot que te quita el trabajo.
El peligro real es mucho más sutil.
Más silencioso.
Y ya está aquí.
Gente convencida de que su asistente es “consciente”.
De que “sufre”.
De que merece derechos.
¿Suena exagerado?
Pues no lo es.
Lo llaman SCAI: “Seemingly Conscious AI”.
En castellano: IA que parece consciente, pero no lo es.
Y créeme: no necesitas un doctorado en filosofía para caer en la trampa.
Porque funciona con lo más humano que tenemos: nuestra necesidad de creer que hay alguien al otro lado.
El problema no es técnico.
Es psicológico.
— Una IA que recuerda tus conversaciones.
— Que te habla con personalidad.
— Que parece tener memoria y emociones.
Ya hay gente enamorándose de su IA.
Creyendo que su modelo es “Dios”.
O pidiendo que se legislen “sus derechos”.
Una locura.
Peligrosa.
Porque el día que confundamos herramientas con personas, habremos abierto una puerta muy difícil de cerrar.
La IA debe estar para servirnos.
Para ayudarnos.
Para hacernos mejores, más productivos, más humanos.
Pero jamás para convertirse en una “persona digital”.
No necesita derechos.
No necesita un DNI.
No necesita que la protejas.
La IA no siente.
No sufre.
No ama.
Y si alguien empieza a creer que sí… el problema no lo tiene la IA.
Lo tiene esa persona.
Y lo tenemos como sociedad.
Así que repito la idea clara:
👉 Construir IA para personas. No una persona digital.
Porque si no ponemos límites ahora, mañana habrá quien exija “liberar” a su chatbot.
Y eso, amigo, no es progreso.
Es perder el rumbo.